La imagen televisiva de Néstor Kirchner retando con socarrones aires de bufón al embajador de los Estados Unidos Earl Anthony Wayne debería haber causado verguenza al auditorio, pero en cambio un claque bien disciplinada respondía con aplausos a cada exabrupto del tutor de la presidente que evidentemente se sentía como una especie de exitoso showman deslumbrando al público con sus ponzoñosas ocurrencias. Versión moderna del diario de Yrigoyen.
Después de haber impulsado con el mayor descaro y la complicidad de senadores y diputados la legislación que muchos sospechan permitirá a sus amigos empresarios y funcionarios blanquear plata mal habida y zafar de procesos penales en marcha el regente presidencial desgranó una curiosa teoría según la cual varias ciudades de Norteamérica se levantaron con el producto del dinero lavado por organizaciones mafiosas, ejemplo que al parecer piensa que debería seguir la Argentina para contrarrestar los efectos de la crisis financiera mundial porque aquí «tenemos conducta y autoridad». Sin comentarios.
Alguien dijo alguna vez que la fuente de nuestras retraso como nación es que siempre estamos empezando, y Néstor Kirchner y sus compinches parlamentarios se están encargando con la mayor dedicación a confirmarlo tirando al cesto de basura todos el dinero y el esfuerzo gastado en consolidar un sistema impositivo eficaz y permanente como cualquier país serio del mundo.
La campaña oficial que predicaba hasta no hace mucho la instalación social de «una nueva cultura tributaria» suena ahora como una burla más de las tantas que propina cotidianamente el matrimonio a un pueblo groggy, una chafalonia que sólo sirvió para moderar a medios publicitarios a costa del dinero público.
Esta turbia operación política de imprevisibles consecuencias es propiamente la contracara paradojal de la cruzada fiscal emprendida durante la denostada égida menemista por el solitario y quijotesco gladiador tributario Carlos Tacchi. La diferencia es notoria: mientras éste quería «hacer mierda a los evasores», Néstor Kirchner los quiere hacer felices. Lo del «traje a rayas» quedó convertido a una joda para Tinelli.
Mientras Tacchi quería perseguir a los elefantes, Kirchner no tiene empacho en favorecerlos a costa de las hormigas, es decir los sufridos trabajadores, pobres e indigentes que no pueden escapar al IVA, tal es su concepción de la redistribución del ingreso con que él mismo y su muñeca parlante se llenan la boca cada vez que hay un micrófono delante de sus bocas.
Al parecer las enseñanzas de la historia no hacen mella en las molleras de arcilla que nos gobiernan. También los militares se autoamnistiaron en 1983 pensando que la sociedad iba a digerir tamaño despropósito y ahí andan paseando por cárceles y tribunales a venticinco años de aquella piolada que ahora el genial Kirchner quiere emular.
Pero todo pasa. Mientras tanto, vermouth, papas fritas y ¡Que siga el show!
Que 2009 sea el año en que nos libremos de esta plaga.