Seguramente cuando Décimo Junio Juvenal atacaba a fines del siglo I con la mordacidad vitriólica de sus «Sátiras» la práctica muy común de regalar comida y entretenimiento que habían adoptado los políticos romanos como medio de subir y mantenerse en el poder no habrá imaginado que tanto una como la otra le sobrevivirían por más de veinte siglos.
«… Hace ya mucho tiempo, de cuando no vendiamos nuestro voto a ningún hombre, hemos abandonado nuestros deberes; la gente que alguna vez llevó a cabo comando militar, alta oficina civil, legiones— todo, ahora se limita a sí misma y ansiosamente espera por sólo dos cosas: pan y circo«. Juvenal (92 DC)
¿No le resulta conocido esto?
Siglos más tarde, inspirada quizás en la astucia de Julio César, la caterva franquista puso en marcha durante la dictadura una estrategia dirigida a canalizar las inquietudes sociales que no podían expresarse políticamente, a la cual rápidamente el ingenio popular bautizó como «pan y fútbol», a punto tal que se decía entonces (en voz baja) que la lucha de clases se libraba en los bares discutiendo si el Real Madrid (el equipo rico) le ganaba o no al Atlético de Madrid (el equipo pobre).
Es un poco difícil de creer que gente de pocas lecturas como los esposos Kirchner – que si bien nunca leyeron a Sócrates como lo hizo Menem sólo fue porque no encontraron el libro – hayan abrevado en esas fuentes. Es más probable que simplemente la inagotable creatividad de Julio Grondona haya dado el puntapie inicial para que juglares de cuarta como Aníbal Fernández hayan sacado patente de genio frente a sus patrones bautizando esa costosa barrabasada como «Fútbol para todos».
Y así se llega a esta gris actualidad argentina donde hacer furor la táctica preferida de la decadente clase política romana de hace dos mil años.
Mientras la presidente se ocupa de la primera parte del aforismo juntando con la pala de los DNU fondos públicos para seguir financiando la pobreza general durante la campaña, se hacen cargo de la parte del circo dirigentes como Scioli – a quien José Ingenieros hubiera tomado de modelo para su «Hombre mediocre» – abrazándose con cuanto papanatas iletrado ande dando vueltas en los brazos de una fama deportiva, teatral, musical o cinematográfica con tal de que sea popular y Héctor Timerman y Amado Boudou disparando sandeces y disparates antológicos a repetición como payasos alcoholizados por cuanto micrófono se les pone delante.
Si algún valor tienen estos dos personajes es el de ser los mas representativos de la decadencia general de la sociedad argentina y en particular de la clase política que es su reflejo. Para un país que se tenga un poco de respeto sería una verguenza tener en cualquier cargo menor a un alienado parlanchín como Timerman, pero en la Argentina kirchnerista: ¡Es Canciller!
Hoy por hoy la Argentina tiene el pan de los subsidios que reparte el gobierno y payasos desaforados que han convertido en un circo el ejercicio de la función pública y sin embargo sigue funcionado el truco ¿Nada se ha aprendido en veinte siglos?