Algunas veces la ecuacion política es tan simple que resulta difícil verla. No se trata del bien común la salud institucional o alta política. Se trata de que como nunca antes la actividad política se ha convertido por obra y gracia del matrimonio presidencial en un enorme garito donde obviamente no hay lugar para la sensatez ni para los programas de gobierno de mediano y largo plazo. Sólo importa ganar la próxima mano.
Él apuesta a la división de sus adversarios, a la sumisión de gobernadores e intendentes disciplinados por el poder de la caja, a su alianza sindical y a la pasividad, la idiocia y la cobardía de gran parte de la población que tolera impávida sus desmanes. El premio es la permanencia en el poder y sus privilegios.
Sus oponentes apuestan al marcado desgaste de su popularidad y a la creciente convulsión social que se muestra cada vez menos sensible a los llamados del poder. Todos hacen juego en medio de un confuso panorama económico y social de inciertas derivaciones que podría ser un barril de pólvora con la mecha presta a ser encendida pero a pocos importa que esta marcha sin querellas siga hacia el final conflictivo que es de prever cuando grandes masas de la población hambreadas son víctimas de la desidia y el favoritismo o el rencor oficial entretenida en sus juegos de guerra. Los grandes cataclismos naturales o sociales nunca avisan, suceden. Pero son previsibles. Son el «no va maaaaas» de un croupier inescrutable e inexorable que se llama destino.
La fuerza inercial de estos procesos políticos y sociales de alto poder destructivo ha sido un fenómeno misterioso y recurrente en la historia de la civilización y particularmente de la Argentina. Todos saben que se está caminando hacia el abismo como en 2001 y quienes son los causantes, pero la confusión acerca de los valores democráticos genera impotencia y la presión social brilla por su ausencia dejando el campo orégano para las piruetas piromaníacas de los Kirchner.
La diferencia con lo ocurrido en otras sociedades es que ellas han aprendido la lección y después del huracán han reformado sus códigos funcionales mientras aquí se sigue tropezando una y otra vez con la misma piedra en triste parodia de la legendaria maldición de Sísifo condenado a remontar la cuesta eternamente. Ya poco importa quien gana en este juego de locos, el final es el mismo: todos pierden. Puede ganar Kirchner como ganó Hitler para llevar a Alemania al desatre. pero eso no es lo importante.
Lo que importa es que anchas franjas de clase media que conforman la sociedad que decide han claudicado y han resuelto esperar dos años a que una pareja de sicóticos termine de destrozar los fundamentos de la convivencia civilizada y de pisotear derechos y libertades que costó mucha sangre y tiempo reconquistar. Esta sociedad no sabe que es lo que le pasa y éso, es lo que le pasa.
La ingenuidad y la comodidad de amplios sectores de la clase media, de dirigentes de todo nivel y de periodistas que reclaman de la «oposición» un milagro que ésta no está en condiciones de hacer y que propugnan la continuidad de la pareja en el poder estigmatizando de antidemocrático y «cuasi destituyente» a todo aquel que se atreva a proponer un corte anticipado de esta gestión tóxica por vía de la presión social o del juicio político, es cómplice de lo que vendrá.
Esperando un cambio que nunca llegó han preparado el camino para que los malos actores de este drama sigan haciendo sus apuestas con el dinero ajeno. Con su silencio y su inmovilidad han votado consciente y tácitamente por una dictadura que se ríe de ellos delante de sus ojos, pero eso sí, democrática.
Quienes conocen al dedillo los acordes de esta música saben que en el ejercicio de la política grande hay una palabra clave: prudencia. La misma que por temor el matrimonio ha tenido sólo para las manifestaciones callejeras. En el resto de los asuntos públicos no ha dejado imprudencia por cometer en el altar pagano de sus conveniencias económicas y políticas con la complicidad ingenua de quienes observan entre absortos y perplejos como sus apuestas compulsivas van dejando tras de si una estela de ruina, violencia y anarquía pero aún ante la evidencia insisten en sostener que «hay que esperar a 2011» para desalojarlos de la Casa Rosada.
La caida de todos los muros es inevitable. Los procesos politico-historicos de la humanidad, asi lo han demostrado.
Deberiamos haber aprendido, como lo hicieron los Chinos, Franceces despues y, por ultimo, Alemanes.
Nuestro «muro» de ignorancia despotica, solamente caera cuando los responsables de conducir nuestra sociedad (no estoy hablando de la clase politica exclusivamente) ASUMAMOS las responsabilidades que nos compete, formando ciudadanos educados, responsables y comprometidos. Labor a realizar en todos los ambitos (hogar, escuelas, empresas, ONGs, iglesias etc.)