La Argentina debe ser el único país en el mundo que frente a una de las pandemias mas peligrosas de la historia reciente tiene como Ministra de Salud a una …. licenciada en arte.
Está bien que la medicina sea el arte de curar pero la relación entre ambas termina allí. Y de nada sirve la chirle explicación que destaca la capacidad de los equipos técnicos que acompañan a “la hormiguita” Graciela Ocaña en su gestión, porque cualquiera que haya ejercido un cargo de alto rango sabe que si un funcionario jerárquico tiene que depender totalmente de la ciencia y la experiencia de subordinados para tomar las decisiones difíciles que inexorablemente están ligadas a su función no puede permanecer un minuto más en su despacho.
Y volviendo a las frases populares, aquí la culpa de este desatino la tienen tanto el chancho como el que le dio de comer, porque si bien quien la nombró lo hizo por razones que nada tienen que ver con la idoneidad para la función, nadie puede ser tan irresponsable de permanecer en un cargo que ostensiblemente no está en condiciones de ejercer poniendo en riesgo la vida de miles de personas a menos, claro está, que se llame Graciela Ocaña y esté convencida de que el espíritu santo le aportará los conocimientos que no tiene ni tendrá jamás sobre la medicina sanitarista.
El aquelarre que se vive en clínicas, sanatorios y hospitales de casi todo el país desbordados por una demanda intensiva – que era previsible y controlable – natural en el contexto caótico desatado por la contagiosidad de la peste tiene la marca de la imprevisión, la inexperiencia y la arrogancia de una hábil trepadora mantenida irresponsablemente en el cargo por un gobierno que hace agua por los cuatro costados mientras la sociedad se calla la boca y muere gente que paga la cuenta de tanta ineficacia.