El síndrome Estomba

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No, no es un error de tipeo. No se trata del síndrome de Estocolmo sino del coronel Ramón Estomba militar de origen uruguayo  fundador de la ciudad de Bahía Blanca y figura destacada  de la gesta libertaria del  sur del continente americano.

Aunque hay diversas versiones sobre el punto, algunos de sus biógrafos especulan que fueron las tensiones y sufrimientos propios de los combates y de los años que estuvo detenido en prisiones españolas la causa de una demencia  precoz que lo llevó a la muerte a los 38 años.

Parece estar demostrado que el exceso de sufrimientos y de situaciones de ansiedad pueden

hacer perder la razón a algunas personas, de modo temporal, y hasta permanente. No siempre se tiene la fuerza espiritual para soportar grandes vicisitudes.

Estomba fue un oficial de las milicias criollas que gozaba del respeto de sus subordinados, circunstancia ésta que posibilitó la ocurrencia de actos incomprensibles de su parte ante el estupor y la incertidumbre de quienes servían a sus órdenes.

Mientras la enfermedad se iba apoderando gradualmente de sus facultades mentales  sin que los  pocos que se daban cuenta se atrevieran a mencionarlo por temor a las terribles represalias de que podían ser objeto – debido a que una de las manifestaciones más evidentes era precisamente su enfermiza tendencia a ver conspiraciones de todo tipo a su alrededor – perpetraba actos de una ferocidad aterradora como fusilar a cañón a personas atadas a la boca del arma por simples sospechas de traición.

“Cuando en febrero de 1829, luego del levantamiento decembrino y el fusilamiento de Dorrego, y el fuego de la guerra civil y los desencuentros políticos marcaran el inicio de la vida argentina, Estomba tomó partido por el unitarismo y se unió a Lavalle para pelear contra Rosas, comenzaron a percibirse los primeros signos inequívocos de deterioro mental, con órdenes contradictorias, marchas y contramarchas y un despliegue de rigurosidad excesiva, lo que comenzó a dar sospechas a sus subalternos, que se vieron obligados a degüellos y matanzas sin sentido, en la campaña de persecución lanzada sobre los federales.” (Interdefensa, ”La locura del  coronel Estomba”)

También Roberto  Sahores relata sobre esto en “La Nueva Provincia” que  “Los  oficiales  se miraban  entre  sí ,  desconcertados,   interrogándose mudamente,   temerosos  de  cualquier gesto  que  permitiera  suponer  controvertir  (y mucho menos  desobedecer)  las  instrucciones  que  emanaban  del comandante,   que,   al  frente  de  la  columna,   oteaba  el  horizonte  como  una  fiera.”

Por su parte Paul Grossac en su obra “Estudios de Historia Argentina” describe que “Estomba, a la cabeza de su división extenuada y hambrienta, se hundía durante semanas por los desiertos pampeanos, prodigando las marchas y las proclamas igualmente incomprensibles, hasta que un ataque de delirio agudo diera la clave de su conducta fantástica. ¡Y reviste aspecto shakespiriano aquel errar en el vacío de los escuadrones que siguen ejecutando, esclavos de la disciplina, las órdenes y contraórdenes inexplicables de un demente.”

El asunto viene a colación porque aunque hoy existen medicinas de alta calidad la preocupación de muchos que abrigan dudas sobre el equilibrio mental de la titular del Ejecutivo no es vana, ya que el peligro que significa una persona con mando y poder de fuego cuando no está en su cabales y confunde la realidad con sus propias fantasías como producto de una patológica inestabilidad emocional y  psíquica provocada por la presión de circunstancias adversas es grave, porque generalmente cuando se asume la seriedad de la situación y se adoptan medidas ya es larga la lista de  víctimas y destrozos causados por el enfermo. Y  la destrucción es directamente proporcional al poder del que dispone.

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