Muchas de las personas que veían a Cristina Fernández como una dirigente con luz propia a esta altura de los acontecimientos ya se han convencido de que es una minusválida política dependiente de su marido, y que mas allá de tan breves como esporádicos arrestos de autonomía intelectual se limita a viajar, inaugurar escuelas y oficiar de vocera calificada de los torpes arrebatos de un Néstor Kirchner jaqueado por el estrés que le provoca la visión de un horroroso futuro sin la cajita feliz que tantas satisfacciones le deparó durante su mandato.
No obstante, mal que les pese a los muchos que se levantan cada día esperando escuchar su renuncia patriótica, al menos en lo formal Fernández por ahora sigue siendo la cara visible del gobierno argentino, lo que justifica sobradamente la preocupación de quienes la ven insistir en escenarios internacionales con sus bravuconadas y socarronerías discursivas contra países muchos más desarrollados que la Argentina como una boba que serrucha la rama sobre la que está sentada.
Peor aún, frente a los embargos decretados por un juez norteamericano, Fernández no ha trepidado en asegurar con el mayor desparpajo que la Argentina no estatiza el sistema previsional sino que cambia el sistema y «pasa la administración nuevamente al sector público» intentando así zafar de las consecuencias de los improvisadas ocurrencias con las que su esposo el regente espera recuperar la caja y la iniciativa política.
Ni aún los mas calificados exégetas de la palabra presidencial se han atrevido a arriesgar una interpretación del significado de estas atrabiliarias declaraciones frontalmente contradictorias con la letra y el espíritu del proyecto de tey enviado al Congreso que dispone el ingreso de los fondos hoy en manos de las AFJP a las arcas del Estado, sin nombre ni apellido de los aportantes a quienes por todo recibo del despojo se les da la vaga promesa de una mejor jubilación futura.
Mientras el precio internacional de los productos del campo disimulaba los agujeros de una economía tuberculosa la sociedad toleraba no sólo las tonterías adolescentes de Kirchner y su doble o triple discurso sino también las tropelías emprendidas contra las instituciones de la Nación, pero es muy dudoso que por estos días el humor social siga bancando sus delirios paranoides y la manifiesta incapacidad de Fernández para enfrentar el negro horizonte de tormenta que se cierne sobre el país con algo más que sus mohines, sus afeites y sus pueriles versitos de ocasión.
Es más, a nadie le importaría mucho el empeño que pone Fernández en hacer notar que anda flojita de papeles en cuanta ocasión se le presenta, si no fuera porque es ella la que firma los cheques y tiene en sus manos el timón de los negocios públicos lo que augura un seguro porvenir de penurias y turbulencias. Por eso cada vez se engrosa mas aquí la legión subterránea de quienes ya están convencidos de que los Kirchner no califican para el desafío que representa manejar una economía endedudada hasta las orejas en medio de un mundo sumido en el caos económico y quieren verlos cuanto antes fuera del gobierno.