Camino a la anarquía

El acontecer político en la Argentina se ha convertido en una mala película de suspenso a partir del deceso de quien fuera – según la empalagosa intepretación de la mayor parte de la dirigencia política – un prócer casi tan incomprendido como José de San Martín.

Tal actitud pareció estar inspirada en aquel pícaro dicho de indudable proedencia campestre que los sobrevivientes solían repetir como una letanía en los entierros aunque en vida el occiso hubiera sido una peste : «era bueno el finadito». Total, el sujeto ya fue.

El afán de figurar en un momento que sin duda fue histórico pudo más que la mesura y llevó a que muchos, salvo honrosas excepciones, no pudieran resistirse a decir algo lindo del muerto exhibiendo la densidad de su consistencia moral y perdiendo la oportunidad de formular el mas serio de los homenajes que hubiera sido un piadoso silencio.

Por eso a nadie debe extrañar el mercado persa en que se ha transformado el Congreso Nacional donde el común denominador es la falta absoluta de respeto por el ciudadano cuyos intereses fueron a representar según la teoría política invariablemente desmentida por la praxis.

¿O alguien cree que algún legislador, ya sea del oficialismo o la oposición, está seriamente preocupado porque el presupuesto 2011 cumpla la finalidad de proveer al bienestar general que manda la Constitución? ¿Como es posible esperar eso de un enjambre de gandules que violan sistemáticamente el juramento pronunciado al asumir sus cargos o miran para un costado cuando otros lo hacen en función de oscuros acuerdos celebrados lejos de la visión ciudadana?

¿Que va a pasar ahora? es la pregunta que se repite en todos los ámbitos de una sociedad atravesada por la incertidumbre respecto del curso futuro de los acontecimientos políticos. Es la misma pregunta que se hace el espectador viendo una película de suspenso ante cada giro que un hábil guionista imaginó para mantener en vilo la atención del público.

En verdad el abanico de probabilides no es muy ancho teniendo en cuenta el contexto, la experiencia histórica y la idiosincracia del pueblo argentino. Como dijo en un revelador rapto de megalomanía la señora Fernández «ahora todos los argentinos dependen de mí». Cierto. Si hay algo claro es que su conducta futura determinará un equilibrio inestable hasta las elecciones o bien la caída en el caos generalizado y la anarquía con final abierto.

Con el rol de catedrática que se se autoasignó ante las mayores potencias del mundo recomendando la aplicación de la receta de su marido para superar la crisis de sus países (¿Se imaginan a un lego en informática haciendo recomendaciones a Bill Gates sobre como manejar Micrososft?) más la renuencia a acordar un presupuesto realista con la oposición y otras frases célebres – por el irrealismo que trasuntan – ya se tienen indicios de la actitud miope, arrogante e insensata con que piensa enfrentar los graves problemas de la Argentina.

En tal caso el pronóstico es reservado y a nadie debería extrañar que en breve veamos santuarios de Néstor Kirchner inundados de velas como los del Gauchito Gil – si continúa la imponderable tendencia mitomaníaca que despuntó con los cambios de nombre de calles, estadios y campeonatos impulsados por la nauseabunda obsecuencia que sobrevivió a su generador – ni que la sociedad se vea atrapada entre la protesta social, las reyertas políticas, la voracidad sindical y el descalabro inflacionario en un peligroso cóctel que tarde o temprano se sintetiza en una palabra: anarquía.

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