Amok

En 1972 el psiquiatra americano Joseph Westermeyer definió al síndrome Amok – un fenómeno psico-cultural propio de Indonesia – como una súbita y espontánea explosión de rabia salvaje, que hace que la persona afectada corra locamente, armada, y ataque, hiera o mate indiscriminadamente a las personas y animales que aparezcan a su paso, hasta que el sujeto es matado o se suicida. El ataque homicida salvaje va precedido por lo general de un período de preocupación, pesadumbre y depresión.

De quienes sufren este desorden psicológico se dice que «está corriendo su amok» y siempre son hombres a los que un fracaso, una frustración o pérdida en algún juego producen un impacto emocional de tal magnitud que los lleva a armarse con una daga y correr en un estado de éxtasis por el poblado matando cuanto ser vivo encuentre a su paso, sin importarle de quién se trate, pues ya no es un ser humano sino una máquina ritualizada de destrucción.

¿Está Néstor Kirchner corriendo su amok desde que el campo acostó en el Senado sus sueños imperiales y desató su rencor sin tasa ni medida? La metáfora puede quizás sonar exagerada, pero los hechos hablan por sí mismos acerca de la cada vez más acentuada tendencia del personaje a atropellar toda barrera legal o constitucional que se oponga a los movimientos tácticos que su fabuloso ingenio elucubra en las alturas de Olivos para atenuar la caída que con razón no pocos le pronostican, aunque ello signifique pisotear sin piedad los mas delicados resortes del sistema republicano y falsear inescrupulosamente los mecanismos que la civilización creó para legitimar el ejercicio del poder derivado de la soberanía popular.

Nunca la necesidad y urgencia – que en la teoría justifican decretos de naturaleza extraordionaria – fueron tan reales como ahora, pero no para el país sino para la pareja gobernante, que ve con acercarse con excesiva rapidez la puerta de salida hacia un final de fiesta divorciado de sus afiebradas expectativas de dominación permanente y se ve empujada a echar mano del recurso que sea con tal de alejar esa inquietante visión que en su imaginario se parece demasiado al infierno porque como decía Churchill el problema de nuestra época consiste en que sus hombres públicos no quieren ser útiles sino importantes.

Así, asegurar el respaldo de los intendentes del conurbano y coagular la sangría de dirigentes que prefieren resguardar su propia supervivencia política se convierten para los Kirchner en prioridades que están por encima del orden jurídico y son justificantes de cualquier engendro que permita mejorar el porvenir de infortunios personales que inexorablemente sigue a una pésima gestión gubernativa.

Como bien dicen los americanos, el mago que cree en su magia está en serios problemas, lo malo es que en este caso las consecuencias de los problemas que crearon un par de aldeanos pagados de su viveza criolla se transfieren a la sociedad en su conjunto y retardan el proceso de maduración cívica necesario para evitar la llegada al poder de mediocres montados en factores circunstanciales que nada tienen que ver con su real estatura política.

Los holandeses terminaron en Indonesia con los corredores de amok por el simple procedimiento de cortar su sanguinario raid capturándolos como a fieras salvajes y encerrándolos en una jaula de madera para exponerlos a la vista de todo el mundo. Se acabaron los corredores de amok desde que en lugar de la glorificación de sus crímenes por la muerte recibían el escarnio y la vergüenza en vida.

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