Después que el dirigente demócrata Gregoris Lambakis fuera asesinado en mayo de 1963 por orden de la dictadura que sometía a Grecia el pueblo de Salónica escribía durante meses «Zei»(él vive) en los muros, en la piedra, en las calles, con sangre y con cenizas para expresar su indignación ante los abusos de la cúpula que detentaba el poder. Al funeral en Atenas, acudieron cerca de 500.000 personas gritando consignas de repulsa contra el asesinato.
La muerte del político desencadenó una crisis política sin precedentes, los partidos de derecha, el conjunto de los de centro y la prensa de izquierdas hablaban desde el primer momento de un asesinato organizado. La versión de la policía que apoyó tenazmente el gobierno del país era que se trataba de un accidente de coche.
Pero un grupo de fiscales y jueces valerosos e implacables sorteó todos los intentos del gobierno por presionarlos, ocultar pruebas y hacer pasar el asesinato por un accidente. Persiguió, enjuició y encarceló a los responsables del atentado entre los que se encontraban altos funcionarios del Estado.
Este hecho histórico fue recogido en una novela por Vasilis Vasilikos e inmortalizado en el celuloide por el genial Costa Gavras en el año 1969. Su título: «Z» (Zeta).En una de las escenas mas significativas del film el juez le dice al fiscal general:
-«La autopsia dice que fue golpeado con una porra en la cabeza.»
-«No se preocupe – le contesta el jefe de los fiscales – la contra-autopsia demostrará que es un error y anulará los resultados… yo creo que fue un accidente, mire este caso puede catapultar su carrera o hundirla para siempre, está en su mano.» Cualquier parecido con nuestra realidad …
Salvando las enormes distancias circunstanciales de modo, tiempo y lugar, la muerte del fiscal Nisman también ha disparado en la sociedad argentina una especie de misil emocional que derribó las barreras de temor y autorrepresión generadas por una muy extendida confusión sobre los valores de la democracia. Por fin la gente pareció entender que ganar una elección no da derecho a hacer cualquier cosa.
Por eso a nadie le extrañó que un secretario general después de la marcha haya salido exaltado a repartir veladas amenazas de corte mafioso y que una presidente desquiciada vomite por twitter y facebook un rosario de sandeces dictado por la frustración y el rencor segregados por su propia incompetencia porque eso es lo único que saben hacer execrables personajes cegados por el odio y alterados por el pánico que les provoca la visión del negro futuro que saben los espera a la vuelta de la esquina.
Mas allá de lo anecdótico de estas reacciones oficiales lo realmente importante es que además de reclamar acción a los magistrados la sociedad argentina en su conjunto también haga su mea culpa, aunque dicho sea de paso los antecedentes no dejan mucho lugar para la esperanza de que tal cosa ocurra. Si llegamos a estos extremos es porque la gente por comodidad o egoísmo no hizo caso de las abundantes señales que iba dejando en su tortuoso camino la banda de rapaces saqueadores que irrumpió en el poder en la Argentina de 2003.
Varios analistas supieron leer entre la humareda ese mensaje lanzado hacia los hombres de la justicia desde la marcha de los paraguas, pero se olvidaron de señalar que de nada sirve que incentivados por la emoción ahora los destinatarios activen causas antes morosamente cajoneadas en los despachos por miedo – justificado por cierto – a las represaliasde un régimen vengativo sostenido por mercenarios legislativos siempre dispuestos a acompañar los golpes de furca propinados a diestra y siniestra al ritmo candombero de los delirios y caprichos de una persona notoriamente alejada de la ecuanimidad que debe guardar un gobernante secundada por una corte de repugnantes amanuenses.
En efecto, la marcha del silencio tuvo las connotaciones de un pacto entre los representantes de la justicia y la gente con el objeto de terminar con los reiterados abusos del régimen en todos los órdenes. Pero ese contrato social está destinado a seguir la suerte de tantos otros fracasados en el pasado a menos que exista la fuerte voluntad de mantenerlo vigente cualquiera sea el color de quienes gobiernan. Se trata nada más ni nada menos que de entender los unos y los otros que no es posible una sociedad armoniosa, productiva y pacífica si no se respetan las reglas de convivencia.
Se trata de entender de una buena vez para siempre que la falta de idoneidad, la agresión permanente como sistema, la descalificación y el agravio para quienes osan criticarlos, la perversión de las instituciones, la utilización de los mecanismos del estado para el enriquecimiento personal y la instalación del miedo social desde el gobierno tienen graves consecuencias de larga permanencia en el tiempo.
Si esto no ocurre la muerte del fiscal habrá sido sólo una anécdota morbosa más de las tantas que jalonan la historia política de este país, los ríos de tinta que se han derramado con motivo de la muerte de Nisman habrán ido a desembocar como tantas otras veces en el ancho mar de la proverbial amnesia argentina y en poco tiempo la sociedad volverá a remontar penosamente la simbólica roca de Sisifo en el inframundo en que la sumió el kirchnerismo.