«Algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere. Pero la mayoría son estúpidos no por influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos. Es el resultado de un duro esfuerzo personal.»
La frase pertenece a la introducción del célebre libro de Paul Tabori «Historia de la estupidez humana» quien se hubiera quedado estupefacto de haber conocido la Argentina en los tiempos del kirchnerismo aunque hubiera corroborado la frase con que termina su obra: «este libro termina aquí, pero la estupidez humana no tiene fin».
En su oportunidad desde esta columna se dijo que el Senado no debería aprobar el pliego de Mercedes Marcó del Pont como presidente del Banco Central por la falta de idoneidad y de ubicuidad que evidenciaban sus actitudes y sus declaraciones públicas. Con la obsequiosa ayuda de la UCR para formar el quorum y el auxilio tarifado del senador Menem el oficialismo pudo imponer finalmente a su candidata.
El resto de la historia la conocen los que patean la calle para conseguir unos pesos miserables, los comerciantes que tienen que hacer piruetas para honrar sus obligaciones y mantener funcionando su negocio, los jubilados que se tuestan al sol mientras esperan el camión con los papeles pintados que les dan cada mes y, en fin, todos los que sufren diariamente en la ciudad o en la playa las consecuencias de la tontería de la titular del Central.
Pero si había alguna duda acerca de su escasez de neuronas la señorita Marcó del Pont se encargó de disiparla con su frase célebre acerca de un público que «sobreactúa» (sic, si, sic) y por lo tanto es sin duda alguna el culpable directo de la falta de billetes que aflige al país.
La única duda que queda es si se trata de una frase estúpida dicha en un momento de enajeación mental o el producto de una actitud mental esúpida.
A este personaje de la saga kirchnerista sólo le falta protagonizar el estúpido episodio de que le encuentren un bolsa en el baño para incorporarse al club de las audaces ambiciosas que creen que un poco de conocimientos y una gran sonrisa es suficiente para conducir asuntos tan complicados como los que plantea el «modelo» kirchnerista – cuyas contradicciones están saltando por los aires como los fusibles de Edesur – y evitar las molestas peregrinaciones por los pasillos de Tribunales.
En su defensa justo es decir que no desentona en absoluto en un país donde reina la mediocridad más espantosa y donde las opciones electorales que gozan de la preferencia del público según los encuestadores son la señora de Kirchner y/o el incombustible y anodino Mr. Scioli.
Lo dicho, Paul Tabori hubiera encontrado aquí un material invaluable para varias ediciones corregidas y aumentadas de su obra literaria.