Sorpresa y desconcierto son las dos palabras que describen con mayor exactitud el clima político y social que han dejado los acontecimientos de la semana en la Argentina después que una presidente al borde de un ataque de nervios se burló de los legisladores primero mediante una engañifa de fullero y luego insultó a Dios y a María Santísima porque «no la dejan pagar las cuentas del país» (a sus amigos y favorecedores) llegando a competir con Jorge Rial intercalando en su furiosa diatriba difundida por cadena nacional un chimento sobre la jueza que le marcó la cancha como si estuviera en 6,7,8 su programa favorito.
Curiosamente el matrimonio con sus recurrentes patoruzadas es especialista en darles de comer a aquellos que dicen aborrecer tildándolos de «golpistas» mediáticos que buscan alejarlos del poder a toda costa. Emisoras de radio, televisión, Internet, diarios y revistas se atragantaron con todo el material proveído generosamente por la paranoia oficial y las consecuentes reacciones de los comprendidos en las maldiciones presidenciales.
Pero aunque esta comedia de enredos en que se ha convertido la política argentina gracias a dos monos con navaja que tiran cuchillazos a tontas y a locas en medio de la neblina no por ser tan graciosa como esos gags donde el muerto se encuentra con el degollado y ambos salen disparados en sentido contrario es menos preocupante.
Porque si algo faltaba para certificar que los Kirchner y sus secuaces han convertido al país en una república bananera es la imagen televisiva de una «vieja cara de plástico» al mando del Estado arrogándose la suma del poder público y gritando desencajada que no piensa cumplir la orden de un juez. La seguridad jurídica ya es hace rato una mera expresión de deseo en la Argentina kirchnerista por lo que a nadie debería sorprender este dislate.
Lo único que supera en gravedad a este agitado vodeville es la renuencia de importantes actores a asumir que hay vida después de los Kirchner y que urge separarlos de los resortes del Estado antes de que terminen de provocar un espisodio mucho mas sangriento que el 20-12.
Hoy la Argentina no es un país para viejos – como Chiche Duhalde que en su penumbra intelectual de maestra de escuela propone un «diálogo» con un gobierno al que la sola mención de la palabra le produce un ataque de tiña – sino para varones y mujeres decididos a encauzar la situación mediante el remedio recetado por el genial Miguel de Unamuno: «un empellón dado con institucional respeto» a quienes no sólo llevaron al país al borde del colapso institucional sino que además proclaman a los cuatro vientos que se pasan por allá a los legisladores – y por ende al pueblo – y anuncian que piensan seguir destrozando lo que sea a vetazo limpio.
¿Con esos habitantes del manicomio de Olivos quiere dialogar Chiche – y lo que es peor importantes periodistas de grandes medios que en asediados por sus temblores recomiendan a la oposición «negociar con el oficialismo»? Para la «Colifata».
Lo que tiene que hacer la oposición es muy simple: dejarse de especulaciones mezquinas y peleas de cartel y obligar al matrimonio a cumplir la ley y obedecer a la Justicia a rajatabla. Sin nervios, sancionar a la cómplice de la maniobra presidencial Marcó del Pont con el rechazo de su pliego no por venganza sino porque las circunstancias no dan para que una funcionaria que se ha mostrado obsecuente e irresponsable ocupe un sillón que se ha vuelto crítico al más alto nivel.
Sin nervios, rescatar y ejercer la magna función que la Constitución le ha asignado al Congreso de la Nación, máximo exponente del sistema democrático que ha sido bastardeado por la pareja sin la menor consideración con la complicidad de sus lacayos parlamentarios. Y olvidarse de la palabra «negociar» porque ya han tenido suficientes muestras de que esa palabra en el diccionario kirchnerista significa joder al contrario y jugar con cartas marcadas.
Con neutralizar todas las ocurrencias trasnochadas que surjan de las alcobas de Olivos destinadas a mantener un «modelo» político basado en la improvisación «al dente», el desprecio por instituciones que se juró respetar y el manejo discrecional de los fondos públicos, y corregir las distorsiones introducidas por los Kirchner para sustentar su esquema de dominación será suficiente para dar por terminado un ciclo que en pocos años será un mal recuerdo más en la historia del país.
Un bloggero de Perfil Andrés Bello pone el dedo en la llaga en su entrega semanal pero, con una miopía espeluznante, justo al revés. El título es «¿Podemos seguir sin los kirchner?» cuando debió ser «¿Podemos seguir con los Kirchner?»