Si algo faltaba para dejar absolutamente en claro las limitaciones de Daniel Scioli él mismo se encargó de llenar el casillero en cuanto a su poca destreza en el campo de la política mediante el fallido intento de posicionarse ante la opinión pública como interlocutor del campo que terminó en un sonado resbalón.
Difícilmente la andanada de críticas que generó su paso por la Rural con el demasiado obvio propósito de reparar en alguna medida la cuarteada imagen que le quedó después del 28-J perfore la piel paquidérmica de su rostro, tan dura ella como flexibles han demostrado ser sus rodillas frente a sus patrones sureños, pero tal muestra de escasez de materia gris no hace sino confirmar lo que se ha dicho en estas columnas respecto de su capacidad política.
Porque realmente es de lelos esperar que la memoria de los ruralistas sea tan corta como para olvidar aquella famosa frase de «con el hambre no se jode»que le hizo acreedor de las palmaditas en la espalda de sus jefes y simultáneamente blanco de la repulsa del campo por el perverso mensaje implícito de que el hambre de mucha gente era la consecuencia de la avaricia de los productores y no de la incompetencia de los gobernantes.
Sin embargo, lo importante del desafortunado periplo por el predio ferial que dejó a Scioli a tiro de la cerbatana envenenada de Aníbal Fernández es que sirvió para poner en evidencia que es posible otra actitud, alternativa a la acomodaticia somnolencia de la autodenominada «oposición» que parece estar esperando que Néstor Kirchner la despierte con otra de sus iniciativas atómicas mientras se entretiene simulando creer que de este sobado «diálogo» puede salir algún resultado efectivo para enfrentar la grave situación que supone un país dirigido por un par de bárbaros políticos.
Naturalmente la gente que tiene mucho que perder con las malas decisiones en materia de política económica tiende a ser más combativa que aquella a la que le basta pasar a fin de mes la tarjeta por el cajero auromático para solventar holgadamente sus necesidades vitales, pero resulta ser que es a estas últimas a quienes se les ha confiado la responsabilidad indelegable de velar no por la continuidad de un gobierno que está a la deriva, sino por los intereses concretos de una sociedad al borde de un ataque de nervios.
Por eso puede tranquilizar a nadie que el ruralismo tome la posta que le corresponde a la dirigencia opositora dado que mas allá del reconocimiento que merecen los productores por su gallarda actitud de ponerle límites al manoseo infame con que los Kirchner están embardunando a todo el espectro dirigencial so color de una apertura inexistente, a quienes se votó para que se pongan al hombro la tarea de enderezar la nave removiendo los obstáculos que la condicionan están en el Congreso de la Nación, que es desde donde se debe marcar la cancha a los inquilinos de Olivos para forzar su acatamiento al orden institucional o bien su partida rumbo a «su lugar en el mundo».
Asimismo el deslucido papel del gobernador en este episodio es un llamado de atención a ciertos comentaristas seducidos por la supuesta bonhomía del motonauta que lo tratan con un respeto que él no tuvo por sus electores cuando se postuló como candidato a diputado a sabiendas que estaba perpetrando una estafa electoral, ni tampoco se tiene por sí mismo cuando accede a trabajar de felpudo sometiéndose a las imposiciones del matrimonio o soportando las vergonzosas humillaciones de que le hacen objeto. Si un personaje con tan rudimentario bagaje intelectual aderezado además con una conducta genuflexa y arribista es visto por la prensa y por la sociedad como «presidenciable» la Argentina está en el horno.