El asesinato de Capristo en Florencio Varela volvió a desnudar la matriz espasmódica de una sociedad que cada vez que un hecho de esas características violentas sacude su modorra cívica reacciona saliendo a la calle en tropel a reclamar venganza contra aquellos marginados de los que se había desentendido en el tiempo en que el dinero de las retenciones fluía generoso por las arterias de la economía creando la sensación de una riqueza que no existía, y de nuevo hay que asistir al espectáculo de prestos dirigentes que sacuden a su vez sus culpas como si fueran pulgas sobre «la justicia» o cualquier otro chivo expiatorio que esté a mano para con una diligencia digna de mejores causas retonar velozmente al eterno simplismo de las «leyes duras» enarboladas por el inefable Juan Carlos Blumberg a quien aterrados legisladores de manteca le obsequiaran en su momento reformas penales que en la práctica no tuvieron resultado alguno en cuanto a la disminución del delito pero que sirvieron para inundar las cárceles de procesados sin condena y colapsar el sistema penitenciario.
Como si hubieran entrado en el túnel del tiempo ciudadanos asustados e indignados y dirigentes presas de la desorientación – que como los Borbones en el exilio no han olvidado nada ni aprendido nada – repiten como un calco la saga de la cruzada santa contra la delincuencia del casi ingeniero ahora suplantado en sus reivindicaciones por la brillante pobreza intelectual de Daniel Scioli ( Blumberg versión II) cuya receta para solucionar la cuestión de la inseguridad es la imputabilidad de los menores y el endurecimiento de las leyes.
De ser la bonaerense una sociedad bien constituida de seguro estaría considerando seriamente la posibilidad de hacerse un harakiri masivo por haber llevado a tamaño pelmazo político al gobierno de la provincia más grande y conflictiva de la Argentina, pero como no es ese el caso el sonriente motonauta conserva una imagen que a pesar de sus manifiestas limitaciones intelectuales supera a muchos de sus competidores, lo que habla a las claras del grado de penosa decadencia cívica a que ha arribado el pueblo argentino 25 años después de haberse librado de los militares.
Mientras los sectores sociales más preparados no asuman cabalmente que la inseguridad es el precio que se paga por tolerar a dos ineptos en el mando del Estado y sigan pateando las calles en busca de respuestas que no están ahí, las leyes podrán bajar a cero la edad de la imputabilidad y se podrán construir decenas de cárceles para alojar menores pero los índices de delincuencia seguirán en ascenso porque las causas que los alimentan siguen y seguirán creciendo mientras al timón de la Argentina sigan personas que han dado reiteradas muestras de su incompetencia para resolver los problemas estructurales del país porque el desborde social se origina en la desidia de un Estado entre cuyas prioridades no ha estado la inseguridad de los ciudadanos ni las condiciones sociales en que viven vastos sectores de la población juvenil frente a la difusión del paco y otros alcaloides.
Párrafo aparte merece la caradurez de Néstor el Pendenciero quien apremiado por las encuestas y sin el menor atisbo de rubor de hizo gala de su astucia de chapulín y descargó sobre los jueces la responsabilidad por las consecuencias de su propia inoperancia en materia de seguridad durante cuatro años y pico de gestión en que se pasó hablando de los derechos humanos – que nunca defendió – y frenando una democrática deliberación legislativa sobre el tema mientras trasegaba ingentes recursos del erario a las arcas de Hebe de Bonafini a la par que el hábil declarante Aníbal Fernández – ministro del ramo – agotaba su ingenio en retruécanos y latiguillos de bodegón barato para denostar a los adversarios del «modelo».