Si algo faltaba para liquidar definitivamente las ambiciones de continuidad de los Kirchner …. pues… acaba de suceder. Como una señal del destino la muerte de Alfonsín se produjo tres meses antes de las elecciones, con Julio Cobos al frente del Ejecutivo nacional y con la mujer de Kirchner lejos del país e imposibilitada de obtener rédito político alguno del infausto acontecimiento que enlutó al pueblo argentino.
Esta vez no estuvo en sus manos impedir que el vicepresidente en ejercicio de la presidencia represente al gobierno, ni que los granaderos custodien el féretro, ni que Cobos se lleve las palmas mediáticas en la multitudinaria despedida, aunque no pudo dejar de mostrar su miseria espiritual al hacer circular en un momento trágico la ridícula versión de que el decreto de duelo nacional lo había firmado ella. ¿Por Internet, quizás?
El impecable y conmovedor discurso del ex presidente del Brasil José Sarney fue el que mejor marcó – sin ingenuidad alguna – la distancia sideral entre la estatura política y moral de Alfonsín y la de la pareja presidencial. Mientras sus palabras desgranaban pausada pero enérgicamente las virtudes y la obra del líder radical casi era posible ver como a medida que se agrandaba su figura se encogía proporcionalmente por contraste la de Néstor Kirchner hasta convertirse en un enano deforme y raído.
Cada mención del senador brasileño a aspectos de la personalidad, de la gestión y de la actitud del ex presidente era un auténtico mazazo para la imagen del patagónico. Cuando lo señaló como «Abogado de la libertad, que luchó para derribar todas las dictaduras de América del Sur», no pocos habrán recordado que en el mismo tiempo, otros eran abogados de su propio enriquecimiento y derribaban hogares de indefensos trabajadores blandiendo la temible 1050 inventada por la dictadura militar.
Su evocación de la tarea regional e internacional cumplida por el hombre de Chascomús remitió a la pobreza de la gestión de los Kirchner en materia de relaciones exteriores y a las ridículas imágenes de aquella bochornosa remake de «Brigada A» que protagonizó en la selva colombiana el marido de la presidente.
Hasta en su último acto en esta vida Alfonsín dejó un grandioso regalo para los radicales y para la democracia y un presente griego para quienes en su enorme pequeñez pretenden convertir el sistema en instrumento de su codicia de riqueza y poder, porque su desaparición introduce, a las puertas de una elección decisiva, el elemento emocional que sin duda gravitó en la reeleción de Carlos Menem con la muerte de Carlitos Junior.
Por eso se puede decir que quizás la vida le pasa la factura a los Kirchner por su viveza de adelantar las elecciones y hoy no sólo fueron sepultados los restos mortales de Raúl Alfonsín, sino también las desmedidas y oscuras ambiciones de dos oportunistas que seguramente el día de su muerte no recibirán el testimonio de afecto que el pueblo argentino le dio póstumamente a quien hizo del respeto por los valores republicanos una bandera sagrada de su larga trayectoria política.